martes, 24 de agosto de 2010

Carlos Mendo

Carlos Mendo, fotografiado por Uly Martín en 1997.- El País.
Hace demasiados días que no arreglo este rincón, que no lo limpio, ni lo adecento, ni lo modernizo. Muchos días, complejos, de arranque, y algunos más que han de venir. Pero hoy había que escribir, lo contrario sería serle infiel al espíritu con que nació este blog: el empeño en hablar del oficio, del bendito oficio que tengo la fortuna de ejercer. Y hay que escribir porque la definición del periodismo equivale a Carlos Mendo, y porque Carlos Mendo se nos fue ayer, ha muerto, dejándonos una horfandad insólita. Parece que los buenos, los nuestros, no pueden morir, pero mueren, claro, humanos como son, brillantemente humanos, excepcionalmente irrepetibles. Ya no sé qué hacer sin sus tertulias de la SER, sin sus columnas de El País. Lo peor es que no había tenido ocasión de echarlo de menos, alejada como estoy estas semanas del runrun diario de España, enganchada a un Hora 25 a la semana como mucho (me llaman los medios de aquí, los anglosajones que tanto le gustaban a Mendo, intentando descubrir esta dura tierra). Por eso el golpe ha sido aún más terrible. Rememoro el día en que murió Carlos Llamas, el hombre que me puso en suerte a Mendo, el que me lo regaló. Allí, en Madrid, en el velatorio, en otros tiempos, vi por primera y única vez a Carlos Mendo, el señor elegante, polémico, que siempre tenía un don en la boca para sus colegas. Ahora leo y releo su biografía y descubro que hizo infinitamente más de lo que pensaba, y descubro de dónde le venía ese amor por Gran Bretaña y por Estados Unidos, y descubro la reverencia con la que lo trataban sus compañeros. Claro, era un maestro. Me enfada, por eso, el lánguido adiós que le han dado en su periódico, con apenas un par de artículos. Agosto, que es muy malo... En la radio han sido más entrañables, aunque faltaran los primeros espadas... Pero había en ellos más dignidad. La que merece uno de los pilares de nuestro oficio, liberal convencido y de derechas pero también uno de los combatientes por la libertad y la justicia más grandes que he conocido. Usted tiene parte de culpa, don Carlos, en que la política internacional me guste como me gusta, porque la alimentó en muchas noches de tertulia, amarrada a unos cascos, aprendiendo, conociendo antecedentes, pros y contras, y mucha historia, siempre, la que ponía sobre la mesa para demostrar que nada es blanco ni negro. Gracias por los años de pasión y oficio. Y por el legado, la semilla en los periodistas que hoy se lamentan por su pérdida. Nuestra obligación es seguir peleando con la misma dignidad y empeño, con el mismo cariño por la fidelidad, la exactitud y la palabra. No es poca tarea, pero qué menos que intentarlo...