jueves, 19 de enero de 2012

Juanlu

Ya no sé si nos dijimos hola antes, en alguna quedada o cruce de saludos con Beatriz Romero de por medio, pero el primer recuerdo que tengo de él es el de una noche cómplice, en la Sala Villasís de Sevilla, a cada cual más espídico mientras nos empapábamos, casi memorizábamos, cada una de las palabras que iba pronunciando Carlos Llamas en aquel Hora 25 en directo. Mi madre me diría después: "Vaya muchacho más apañao". Era más que eso, como me demostró desde aquella noche: un compañero de sueños, de inquietudes, el reportero hecho carne. Un compadre con el que hablar incansablemente de periodismo y vida. De esas personas que, aún en la lejanía, aún con apenas un puñado de encuentros de por medio, sabes que son de los tuyos. Feeling, dicen los modernos. Comunión, prefiero yo. Idealista pero no voluntarista sino voluntarioso, fue dando pasos en el oficio, sin olvidarse de sus principios y valores, hiciera lo que hiciera en cada fase. Nunca compartimos una redacción, ni una rueda de prensa, apenas los pasillos de la facultad, pero él, que nunca dejó de seguirme los pasos (nunca), propició que, al fin, a los diez años de aquella primera toma de contacto, nos convirtiéramos en compañeros: una de esas cadenas maravillosas de las redes sociales me puso en línea con Patricia Simón, subdirectora de Periodismo Humano, una historia que interesa ("¿Podrías escribirla para PH?"), una confianza que cuaja, una colaboración que me regalaron entre los dos. Ya era hora, Juanlu, ya compartíamos cabecera, y qué cabecera. La soñada. Luego, un año y medio de historias contadas. Hoy Juanlu cierra edición en PH y me he dado cuenta de pronto de que nunca le di las gracias realmente por abrirme las puertas de la web, por permitirme estar cerca. Es el momento. Gracias por ser un buen compañero, por el aliento, por los ánimos y la complicidad. Gracias por crear de la nada ese medio que me da altavoz para las historias que siempre soñé contar. Y gracias, como lectora, por hacer periodismo del bueno, del mejor, desde la denuncia, la solidaridad y el compromiso. "La vida tiene forzosamente que ser generosa con los que tanto luchan por confiar en ella", le decía Carlota Bruner al capitán Xaloc en La piel del tambor, de mi idolatrado Pérez-Reverte. Confío ciegamente en ello, en que a los buenos, a los que pelean, les llega su momento y su recompensa. Aún quiero pensar que hay justicia en el mundo. Por eso no te deseo suerte, sino justicia, la que merecerás por el trabajo que, sin duda, acometerás de ahora en adelante con igual tesón y entrega. Donde sea. Te seguiremos los pasos allá donde vayas. Ahora, además, con el orgullo de haberte podido llamar compañero. Te echaré de menos.